
Son reconocidas por propios y extraños. Son un aliciente para la vida agitada del local y un atractivo turístico para el visitante. Nada como caminar por la ciudad siempre en compañía de unas buenas caderas y unas bellas sonrisas.
Tal vez fue culpa del crisol de razas o de alguna mística local maligna, lo cierto es que las malditas (o benditas) Rosarinas; si, con mayúscula; tienen tanto de hermosas como de histéricas. Aman jugar con nosotros, nuestros sentimientos y nuestras erecciones. Eso sí, cuando aman lo hacen en serio; lastima que no sea seguido.
La mujer vernácula es animal nocturno y se concentra en cantidades en algunos lugares, esto dificulta su presa y pone agresivos a los machos “viriles” de los suburbios, que luchan a zarpazos por arrancar las ropas de las voluminosas hembras.
Ya se escribió suficiente, me voy detrás de unas caderas.“Hasta Cuando Con Esto”
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