lunes, 18 de agosto de 2008

El Animal que todos llevamos dentro

Me despierto y siento un calor en mi espalda. Al darme vuelta, me golpea el rostro un aliento pestilente y una bruma de pelos me nubla la vista. Ese aroma rancio entibia la cama y me obliga a quedarme para no sufrir del gélido aire del exterior. Las sábanas sucias son confortables; los fluidos despedidos sobre ellas tienen un poder magnético.

La compañía nocturna de una mujer tiene un valor incalculable. El calor del otro, la textura de la piel, los pies fríos; todo se conjura en un ritual que mezcla placer, virilidad y depravación, que lleva al ser humano a perder, afortunadamente, todo tipo de frenos y tabúes. El Ser deja de existir, la identidad se pierde y afloran, desaforados, todos los instintos animales que nuestra genética trae impresos para trasladarnos, al menos por unos momentos, a un estadio de goce supremo y primitivo. Después de esos momentos, la maldita Moral vuelve a su primer lugar y nos recuerda nuestra triste identidad, para arrancarnos de ese trance de fruición en el que estábamos sumergidos.

Los espasmos cortan el trance y poco a poco, nuestros músculos vuelven a tener conciencia, desde el centro de nuestra rigidez hacia las extremidades de nuestro cuerpo. La electricidad nos golpea por último en el cerebro, quitando sensibilidad en nuestro tacto primero y después en nuestro olfato y nuestro oído, para dar paso a un mundo visual del cual no éramos concientes. Vacíos ya, recobramos nuestro juicio.

Miramos al techo, las paredes, el entorno. El pecho todavía late fuerte. El roce de las pieles está cargado de estática. Los párpados de plomo. La sensación es una combinación de alegría y melancolía. Lo primero, por haber cumplido con la tarea encomendada por nuestra biología, vaciar nuestra alma en otro Ser. Lo segundo por el sentimiento de soledad que nos rodea y por extrañar, ya, el ritual terminado. Sabemos que ya es hora de volver a la jaula-sociedad.

La ropa bien arreglada, los zapatos bien atados. Ahora hay que volver a la “vida”. ¿Existe vida en otro planeta? ; ¿existe vida fuera del lecho?. La vida “lecho afuera” parece ser una vida sin identidad, angustiante, siempre se está a la expectativa, siempre se quiere volver, o a lo sumo, se quiere ir a algún otro lecho. A buscar asilo y refugio en ese templo de la vida o del placer, que a esta altura, podríamos decir, son cosas muy parecidas, sino la misma.

Aquel que no experimentó las sensaciones del Amor no puede jactarse, aun, de ser humano. Solo después de estas uno puede considerarse tal. Por duro que parezca. La verdadera esencia sólo se representa después, nunca, antes, puede ser corporizada. Porque aunque las prácticas onanistas pueden malentretener al hombre, su esencia sólo se conforma después del pasar por el otro.

En el rito del Amor, la ceremonia de iniciación suele estar plagada de temores. Nuestra sociedad ha contribuido a eso imponiéndole al Amor una maliciosa cuantificación que hace que dicha ceremonia sea un martirio para algunos corazones débiles; haciéndoles olvidar el componente Animal e irracional que lleva implícito el acto amatorio.

El acto amatorio es Animal por definición.

Sebastián Butticé

“Hasta Cuando Con Esto”